sábado, 4 de abril de 2009

LA ATLÁNTIDA, EL CONTINENTE PERDIDO

Ignacio Ondargáin
NACIONALSOCIALISMO. Historia y Mitos

“Lo que para la multitud es luz, es tiniebla para el sabio.

Y lo que a la multitud le parece negro como la noche, es luz meridiana para el sabio”.

(BHAGAVAD GITA)

“... Que es más hermosa la locura que procede de la divinidad que la cordura que tiene su origen en los hombres”.

(FEDRO O DE LA BELLEZA. Platón)

1- Introducción

La historia se convirtió en leyenda y la leyenda en mito.

Sabemos que este estudio se centra en una cuestión que origina posiciones crispadas y enfrentadas las más de las veces. Si nos-otros también adoptáramos esa actitud, se nos haría imposible hacer algo serio y sincero: nunca llegaríamos a liberarnos de la perversa dinámica con que es enfocado el tema. Tratando de ser fieles al conocimiento, nuestra intención no ha sido pintar la realidad de uno u otro color. Hemos acumulado, ordenado y expuesto datos tratando de hacerlo de una forma clara y esquemática. El misterio deja de ser misterioso cuando llega a conocerse. En fin, este es tan sólo un trabajo que en principio lo hice para mí mismo, para aclararme yo mismo de qué iba todo esto y que ahora, “con la ayuda del hado”, lo pongo a disposición de todos vosotros. Sé que, en el fondo, todo este misterio no consiste más que en “recordar” algo que había quedado como olvidado junto a una fuente... y ese “algo”, o alguien, siempre supo que volveríamos cuando la sed mortal provocada por este mundo inerte de “muertos que entierran a muertos”, se nos hiciera insoportable... Siempre ha sido así y por esto mismo tiene tanta importancia el mito: viaje al centro de la tierra donde, de las entrañas de la Montaña Polar de la Revelación, surge la fuente de agua pura de la vida eterna.

Empezaremos situándonos en los mágicos imperios perdidos del pasado y trataremos de recuperar sus tesoros y sus secretos, en definitiva: resucitar el mito. En aquel remoto pasado olvidado e ignorado por el común de los mortales, hallamos el “primer poder temporal”. Era aquella una tierra habitada por seres superiores que participaban de la divinidad, dioses que mediante su virtud y su poder dominaron la tierra, transformándola y levantando hermosos imperios con realizaciones increíblemente audaces. La belleza interna y externa y la justicia, en tanto que reflejo esta de la claridad de discernimiento, gobernaba el mundo. La salud y la armonía de formas de mente y cuerpo les confería a estos seres superiores nobleza, haciéndoles su vida en este mundo algo digno de ser vivido con alegría y firmeza, en el conocimiento de la verdadera naturaleza de las cosas. Aquello que eran ellos mismos en esencia y en su naturaleza física, era lo que obraban en el mundo, como un reflejo.

Un reino de dioses regido por la belleza, la justicia... un sistema perfecto... o casi perfecto. Pero todo aquel mundo, un día, en una sola noche, desapareció, dejándonos tan sólo ruinas imposibles y leyendas fantásticas... y el manto putrefacto de la muerte extendió su pobredumbre por el mundo ocultando la verdadera luz a los ojos de los hombres mortales: muertos que entierran muertos.

Dice Jean Robin en “Operación Orth” que “el primer poder temporal cuyo espíritu se ha perpetuado secretamente en el tiempo, cuyo “cuerpo” ha permanecido oculto en las cavernas de la tierra, ascenderá en los últimos días para recuperar su poder y maravillar al mundo con su mágica resurrección”. Cuando el mundo divino desaparece de la tierra, viene a convertirse en un “tiempo mítico” que, en palabras de René Alleau, fluye paralelamente al tiempo histórico, pero a un ritmo diferente. A lo largo de los milenios, han habido múltiples ocasiones en las que el tiempo mítico de los dioses ha venido a manifestarse y actuar sobre nuestro plano de la existencia. De hecho, en el fondo, todo lo que aquí contamos trata de la continua reaparición de este poder oculto en la historia de los hombres mortales. Creemos poder afirmar que precisamente esto es el nazismo. Vamos a verlo.

Sea como sea, es inevitable que el resurgimiento de este tiempo primigenio sobre el mundo, provoque terribles enfrentamientos apocalípticos. Y, como decimos, esto es inevitable puesto que en estas contiendas siempre hallaremos enfrentándose a muerte a dos poderes antagónicos e irreconciliables:

1- por una parte encontramos el impulso creador, las fuerzas vivas del mundo del mito y del espíritu y

2- por la otra parte el mundo “material”, que está dominado por los agentes de la degeneración y la muerte.

El Demiurgo-Demonio creador o tal vez causante de este mundo mortal, buscaría impedir la liberación, la resurrección, la divinización del hombre, pues sabe que ello arruinaría su reino de degeneración, muerte y putrefacción. Al final de todo, irremediablemente, la historia del mundo de los hombres y de los hombres mismos, vendría a estar ligada directamente al mundo de los dioses. El Demiurgo-Demonio lo sabe y sabe que su tiempo, su reinado es limitado. Nuestro mundo es escenario de una lucha que no acabará nunca, hasta que todo esto deje de ser.

A principios de los años treinta del siglo XX, el mito iba lentamente esclareciéndose, como si despertara de un largo letargo. Al soplo de un viento de otro mundo se extendía sobre la tierra el renacer del mundo antiguo: mitos, leyendas, realidades... Los hados liberaban las fuerzas que movilizan la historia de los hombres mortales, proyectando sobre el mundo la divinidad. Súbitamente, el mundo se sintió sacudido por un fogonazo de luz sobrenatural: empezaba a intuir, recordar la divinidad perdida. Sobre la tierra grandes cambios culturales y políticos anunciaban el regreso del “hombre nuevo”, el “mundo nuevo”.

En el ojo del huracán de esta contienda cósmica, nos encontramos con Otto Rahn, cuyo trabajo será fundamental en la resurrección del mito. Este alemán nace en Michelstadt, en el Odenwald (región de Hesse), el 18 de febrero de 1904. Orienta sus estudios universitarios hacia la Romanística, esto es, la investigación sobre la cultura, la historia y la lengua de los países románicos y especialmente el Languedoc, la Occitania del sur de Francia (zona oriental de los Pirineos franceses, región del golfo de León y sur del macizo central francés). Rahn decide desarrollar su tesis doctoral sobre la herejía cátaro-albigense y sobre el poema “Parzifal”, de Wolfram von Eschenbach, y sobre aquel extraño personaje, Kyot (Guyot de Provins) que, según Wolfram, le comunicó la leyenda del Grial (Gral o Graal).

Rahn, un joven entusiasta del catarismo (movimiento herético exterminado por el Vaticano en el siglo XIII), recorre las montañas y valles del Pirineo francés y la región cátara, efectuando extensas investigaciones de campo y practicando exhaustivas exploraciones espeleológicas en las grutas del Ariège (departamento francés), a la vez que estudiaba las fuentes del catarismo en las universidades de Tolouse, París y Friburgo. Así mismo, mantuvo incontables conversaciones con nativos, investigadores regionales e intelectuales como Deódat Rodé, Maurice Magre y Antonin Gadal.

En 1933, tenía entonces veintiocho años, publica “Cruzada contra el Grial” (Kreuzzug gegen den Gral). Este libro no pasaría desapercibido para los dirigentes del Tercer Reich alemán. Tras recibir el reconocimiento del gobierno alemán nacionalsocialista, Rahn ingresa en la SS-Ahnenerbe con grado de coronel. Resultado de este ingreso en la SS y los posteriores trabajos, Rahn publica en 1937 “La Corte de Lucifer”, libro en el que vienen a aclararse muchos conceptos de la cosmovisión nazi.

La clave fundamental del reconocimiento nacionalsocialista a su primer libro es algo que para la mayoría de la gente, aunque no para los pocos, puede resultar absurdo y carente de sentido. En definitiva, nos referimos a que en su libro, Rhan señala que los cátaros fueron custodios del Gral (=Grial), cuando se desencadenó, en el S XIII, la “cruzada católica” contra ellos.

El Gral sería determinante al referirnos a las claves mágicas que en verdad mueven el mundo... un tesoro proveniente del mítico reino de Hiperbórea-Atlántida en el que está escrito en un lenguaje enrevesado (posiblemente lenguaje rúnico arcaico), el secreto y el conocimiento de los hombres dioses de los que nos hablan los relatos antiguos.

Los cátaros eran guardianes de este tesoro de la humanidad aria y de él recibían luz y conocimiento, aunque nunca llegarían a descifrar el significado del mensaje inscrito en él.

La nobleza visigoda había creado en el sur de Francia que recorrieron los cátaros, una sociedad muy próspera y desarrollada. Tolouse era la tercera ciudad más grande de Europa, tras Roma y Venecia.

La hermosura del país de los cátaros prendió de amor a Otto Rhan. La fresca alegría de los arroyos y la fuerza radiante de las montañas nevadas saludan cada nuevo día los verdes y frondosos valles pirenaicos que se abren hacia el norte, a través de las cuencas de los ríos Garona, Ariege o Aude. El clima de la región es suave en los valles y la tierra fértil da buenas cosechas. En los bosques laberínticos de poderosos hayas, fresnos y robles se guarda el secreto del amor de Hércules y Pirene.

En el País Cátaro florecía el amor cortés de los trovadores y los cátaros, quienes rechazaban la biblia judía por ser obra del Maligno, anunciando su religión de a-mor (no-muerte = inmortalidad) frente al judeo-cristianismo, identificado por ellos como religión de muerte. Pero sobre la noble tierra cátara se cernían amenazantes los agentes de la muerte: el Vaticano, atento a las intenciones de su señor, codiciaba el tesoro hiperbóreo. Oscuras nubes encendidas por el rojo de las hogueras en que eran quemados los “herejes” se alzaron sobre el país cátaro. La tierra se regó de la sangre derramada por las espadas vaticanas en incalificables “holocaustos”... “Matadlos a todos, dios reconocerá a los suyos en el cielo”, fue la orden del enviado papal cuando las fuerzas vaticanas entraron en Beziers asesinando a cuchillo a más de veinte mil personas, madres, niños y ancianos.

En fin, Rhan descubre que este fue el secreto motivo de la Cruzada católica contra los cátaros: el Grial.

En su primer libro, “Cruzada contra el Grial”, Rhan se centra en un libro titulado “Parzival”, el cual fue escrito por un autor alemán del medioevo llamado Wolfram von Eschenbach. “Parzival” trata de los caballeros del Grial. Rhan realiza un análisis histórico del libro de Wolfram e identifica una relación directa entre el relato del libro y la historia de los cátaros del siglo XIII. Identifica, por ejemplo, a Guyot de Provins (personaje histórico) con Kyot (personaje del libro de Wolfram), quien, según Wolfram, le comunicó la leyenda del Grial. Siguiendo por esta línea, llega a la conclusión, de forma exhaustiva y documentada, de que cuando Wolfram se refiere en su libro, de forma fantástica, a los custodios del Grial, en realidad está hablando de los cátaros. Igualmente, dice que Montsegur (fortaleza situada sobre un “pog” o montaña, en el sur de Francia, próxima a la frontera española), es el Montsalvatche que aparece en el libro de Wolfram.como castillo del Grial. Como decimos, Rhan identifica a diversos personajes históricos que vivieron en el sur de Francia en aquella época (S. XIII), así como lugares geográficos concretos, con los personajes y lugares que en el relato de Wolfram aparecen imaginarios y con nombres fantasiosos y todos ellos directamente relacionados con el misterio del Grial. Finalizando la deducción, es lógico pensar que Wolfram nos está indicando que el Grial o el Gral fue custodiado en Montsegur, que este fue el castillo del Grial cuando se desencadenó la sangrienta cruzada católica contra los cátaros.

En la guerra católica contra los cátaros, la fortaleza de Montsegur se distinguió por la tenacidad y el heroísmo con que fue defendida durante meses de asedio por los “herejes”. Finalmente, el 16 de marzo de 1244, Montsegur cayó y sus defensores fueron ajusticiados. Al entrar en la fortaleza, los católicos se desesperaron al no hallar el Grial. La leyenda dice que la noche anterior a la caída, cuatro perfectos cátaros consiguieron eludir el cerco y pusieron el Grial a salvo en una cueva de las montañas del Sabarthez, en el Pirineo. Rhan, quien, cual puro loco, dedica los mejores años de su vida a buscar este Grial por las cuevas y montañas pirenaicas de la región, no habría conseguido encontrarlo, aunque sí dio las claves para que sus camaradas, pocos años más tarde lo reencuentren y lo descifren.

El término “Gral” es la ortografía alemana para “Grial”, y está tomado del citado poeta-trovador Wolfram von Eschenbach. Según este trovador alemán, Gral es una piedra caída de la Corona de Lucifer, donde se halla grabada la Ley de los Primeros Divinos Hiperbóreos. Por lo tanto, Gral viene a significar lo mismo que Grial, sólo que Gral se refiere a la tradición más antigua y precristiana. Este objeto, “piedra caída del Paraíso”, es el recuerdo que despierta e invoca la “memoria de la sangre”. En opinión de Rhan, el Grial es el espíritu que acompaña a la humanidad aria a lo largo de su marcha por el mundo, siempre llamándonos hacia la superación heroica de nosotros mismos. Este camino, la vía del héroe, es el modo de vencer las limitaciones y las debilidades que tantas veces nos encadenan a la materia de este mundo y a los instintos meramente animales. El Grial nos guía y nos enseña a vencer las ataduras que nos impiden reconocer la verdadera naturaleza de las cosas y de nosotros mismos. Pero, como decimos, además de este espíritu que se transfiere entre los que le son leales, el Gral, dicen que es un objeto vínculo entre los dos mundos (este mundo material y el mundo de los dioses), que proviene de la desaparecida civilización atlante-hiperbórea y que muchos han buscado.

Las primeras huellas de esta historia se encuentran ya en la cultura zoroástrica. Para los antiguos iranios y arios de la India, la Tradición recuerda el Gran Norte como origen de sí mismos, país que habiéndose helado en el pasado, obligó a emigrar a sus antepasados hacia el sur. Nace a partir de aquí toda una tradición que por razones históricas y lingüísticas está perfectamente emparentada con la tradición del Gral. Palabras como “Parziwal”, “Gamuret”, “Lohenrangrin”, “Mujavat”... de origen iranio toman vida en el poema de Wolfram von Eschenbach con ligeras modificaciones, poniendo de manifiesto un paralelismo increíble que enlaza con toda la tradición cátara.

El Grial llega hasta los visigodos y de la comunión de su sangre y la presencia griálica surgirá el catarismo. Rahn creyó que en un momento determinado la herencia griálica hiperbórea fue a parar a manos de los cátaros albigenses de Occitania, de la misma manera que éstos hacían suyo, como reflejo, el legado de la doctrina mazdeísta.

2- La Atlántida
El mito del continente perdido nos habla de la tierra de los hombres dioses. El tema es recogido por el divino Platón, siendo desarrollado posteriormente por toda la tradición esotérica hasta nuestros días.
Igualmente, Hesíodo nos dice que “Durante la edad de oro los dioses vestidos de aire marchaban entre los hombres”.

La Atlántida habría sido una gran civilización extendida por el mundo entero, que se habría visto fatalmente aniquilada por una catástrofe cósmica de la que serían antiguos vestigios las visiones apocalípticas recogidas en las Edda y en otros muchos textos antiguos, además de en la biblia judía.
Por todo el mundo podemos hallar restos de construcciones megalíticas de proporciones inauditas y descomunales que la moderna capacidad tecnológica queda muy lejos de poder emular. Estas ruinas vendrían a ser restos de una civilización antigua desaparecida por un cataclismo antes de la actual historia del mundo. La datación de esas ruinas sería muy anterior a la que oficialmente se le atribuye. Por ejemplo, la plataforma de Baalbek, en el actual Líbano, es una proeza de la ingeniería antigua. Esta plataforma está formada por piedras de 1.500 toneladas de peso cada una. Estos asombrosos megalitos de 24 m. x 5 m. x 5 m. (¡bloques de piedra de veinticuatro metros de largo por 5 metros de alto por otros cinco de ancho!) están dispuestos con tal precisión que sería difícil introducir el filo de un cuchillo entre ellos. En la cantera en que cortaron estas gigantescas piedras aún se encuentra la mayor de ellas, de más de 2.000 toneladas de peso (equivalente a 50 trailers de 40 toneladas cada uno). Por lo visto, fue abandonada allí por los constructores de forma súbita y aún espera ser transportada al lado de sus hermanas. Pero en la actualidad no hay grúas ni otros aparatos que puedan mover y mucho menos levantar los titánicos bloques de piedra de Baalbek. Por lo tanto la mayor piedra tallada conocida en el mundo deberá permanecer donde está hasta que, tal vez, los arquitectos originales regresen para completar su obra y resolver el enigma de qué estaban construyendo. Ni el folklore ni la ciencia son capaces de explicar adecuadamente el misterio de la plataforma de Baalbek, aunque pudiéramos pensar que “bloques de esas dimensiones tuvieron que ser tallados y puestos allí por gigantes o por miembros de una civilización que conociera los secretos de la levitación y la antigravedad”, según sugiere Maurece Chatelain. Al igual que el grupo de las estatuas de Pascua o de Tiahuanaco, en un momento repentino, algo ocurrió que interrumpió los trabajos de la plataforma...

Pero, como decimos, en todo el mundo pueden hallarse este tipo de construcciones imposibles, construcciones que de ninguna manera pudieron realizar pueblos primitivos desconocedores de la rueda o de mecanismos simples como la polea. No hay manera humana de desplazar esos enormes bloques de piedra, ni siquiera mediante la utilización de las más modernas maquinarias y mucho menos mediante cuerdas de ínfima calidad como las que disponían los pueblos primitivos de hace seis o cinco mil años. Pero es que ni siquiera haciendo uso de ningún tipo de cuerda, no podrían desplazarse esos bloques mediante fuerza conocida. Además, la perfección en el corte y el trabajo de la piedra de esas construcciones nos indica un grado de perfección técnica muy superior al desarrollado en la actualidad mediante las técnicas modernas. Pese a todas las evidencias, la ciencia oficial insiste en su teoría de la historia del mundo y de que la civilización apareció hace unos pocos miles de años. Antes sólo habrían habido tribus primitivas de hombres medio desnudos.

Cómo no, Egipto es uno de estos lugares de construcciones ciclópeas que tanto han atraído la atención y los estudiosos. La Gran Pirámide de Kheops en Gizeh, su lugar de emplazamiento sobre un roquedal nivelado a la perfección, las interminables galerías que la surcan ¿cómo pudieron iluminarlas?, pues no hay restos de antorchas sobre las paredes ni humo de teas. ¿De qué modo y con qué herramientas aserraron los gigantescos bloques extraídos de las canteras, cuando los supuestos constructores que según la ciencia oficial la construyeron no tenían ni siquiera herramientas de hierro?. ¿Cómo se efectuó su transporte y su acoplamiento perfecto?. La ciencia moderna y los historiadores oficiales nos dicen que lo hicieron mediante planos inclinados, armazones, rampas, pistas de arena para deslizar enormes bloques de toneladas de peso... y también, cómo no, recurriendo a la esclavitud de centenares de miles de campesinos egipcios... Pero hoy día, pese a todos los adelantos técnicos, ningún arquitecto sería capaz de reproducir la pirámide de Kheops. Se extrajeron de la cantera 2,6 millones de bloques de piedra enormes que se pulimentaron y transportaron acto seguido hasta el lugar de emplazamiento, donde se procedió a colocarlos con precisión matemática. Los historiadores oficiales dicen que millares de obreros utilizando rodillos (que no se han encontrado) y cuerdas (tampoco se han encontrado restos), empujaron y arrastraron bloques de 12 toneladas sobre ¡rampas de arena!. La arena no es una base firme sobre la que apoyar bloques de piedra de toneladas de peso, por lo que al colocar esos bloques sobre las supuestas plataformas de arena, lógicamente se hundirían y sería imposible arrastrarlos. Tampoco existen restos de ningún tipo de población que hubiera debido albergar a los miles y miles de supuestos trabajadores que habrían llevado a cabo tal obra. Junto a la pirámide de Kheops, en la misma explanada de Gizeh, se levantan otras dos grandes pirámides de obra igualmente ciclópea y perfecta: la de Mikerinos y la de Kefrén. La atribución de las tres pirámides a los tres faraones de la cuarta dinastía es convencional, pero no está sustentada por pruebas convincentes. En el mismo Egipto, podemos ver otras construcciones gigantescas como el Osireion, gigantesca estructura pétrea subterránea excavada del depósito de lodo y arena. En opinión de los geólogos el nivel del suelo del Osireion pertenece según la sedimentación de la zona a una antiguedad de más de 12 mil años. El estilo arquitectónico megalítico del Osireion, es distinto a todos los edificios conocidos del período del templo de Seti I, en Abydos, junto a los que se encuentra. Evidentemente, al hallarse en sus cercanías, la ciencia moderna ha “solucionado” la cuestión incluyendo en el período de Seti I la obra del Osierion. Sin embargo el Osierion, guarda un estrecho parecido con la austera y colosal arquitectura del Templo del Valle y los templos de Gizeh, los cuales demuestran una mayor antigüedad de lo que afirman los arqueólogos.

Una de las cuestiones más interesantes, en lo que concierne al trabajo de los canteros egipcios, es el empleo del taladro. El funcionamiento de este ingenio fue estudiado por El Petrie, luego de haber sido asesorado por distintos especialistas. Esto le condujo a afirmar que ni siquiera sirviéndose de la más moderna tecnología actual, tampoco con el láser, sería posible encontrar una herramienta de tan prodigiosas características como la usada en el antiguo Egipto. Los más eficaces taladros de hoy día, al trabajar sobre cuarcita o diorita, nada más que consiguen una penetración máxima de 0,04 milímetros por vuelta, mientras que los taladros egipcios, como lo demuestran las hélices dejadas en las piedras excavadas y en las maderas, conseguían ahondar unas ¡cien veces más!.

Los griegos atribuían las construcciones hechas de piedras de grandes dimensiones en hiladas regulares a los cíclopes. Este tipo de construcciones se encuentra por todo el mundo y en Europa se destacan las de la región mediterránea: Malta, Cerdeña, islas baleares, zonas de la Península Ibérica como parte de las murallas de Tarragona, Creta, Troya, Atenas...

Los sacerdotes del antiguo Egipto habían conservado, y sus libros sagrados dan fe de ello, el recuerdo de un vasto continente que se habría extendido antaño en medio del océano Atlántico, tal vez dentro de un espacio delimitado al oeste por las islas Azores, y al este por la fractura geológica del estrecho de Gibraltar.

Platón quien está en posesión de esta tradición transmitida por Solón, describe minuciosamente en sus escritos la leyenda y la historia del continente desaparecido:

“El Atlántico era entonces navegable y había frente al estrecho que vosotros llamáis Columnas de Hércules (hoy día, el estrecho de Gibraltar), una isla mayor que Libia y Asia. Desde esta isla se podía pasar fácilmente a otras islas, y de éstas al continente que circunda el mar interior. Pues lo que está de ese lado del estrecho se parece a un puerto que tiene una entrada angosta, pero, en realidad, hay allí un verdadero mar, y la tierra que le rodea es un verdadero continente… En esta isla, Atlántida, reinaban monarcas de un grande y maravilloso poder; tenían bajo su dominio la isla entera, al igual que muchas otras islas y algunas partes del continente. Además, de este lado del estrecho reinaban también sobre Libia hasta Egipto, y sobre Europa hasta Tirrenia.”

Este relato extraído del Timeo o la naturaleza sería incompleto si no se mencionara igualmente el Critias o de la Atlántida, que nos describe ampliamente una ciudad del continente en gradas, con su red de canales, sus enormes templos y su sistema de gobierno dirigido por los reyes-sacerdotes mediante leyes dictadas por dioses, en primer término de los cuales está Poseidón o Neptuno, rey de los mares, armado de su tridente. Según Platón, la isla de Poseidonia, último fragmento de la Atlántida, fue engullida 9000 años antes de la época del sabio Solón.
Igualmente, el geógrafo Estrabón, así como Procio, confirman las palabras de Platón. Solón tuvo conocimiento de la tradición de la Atlántida gracias a los sacerdotes egipcios, quienes eran herederos de la tradición atlante y habían transmitido su conocimiento a algunos viajeros griegos que visitaban con frecuencia su país.
Diversas investigaciones científicas vienen a afirmar la hipótesis de la existencia de un continente sumergido en este lugar hace millares de años.

Estudios científicos sobre la fauna y la flora de las islas de Cabo Verde y de las Canarias, apuntan a la analogía existente entre la flora fósil de estas islas y la de todos los otros archipiélagos diseminados entre las costas de Florida y las de Mauritania (lo que representa una extensión sumamente vasta). Tesis emitidas por algunos etnólogos modernos, entre los cuales citamos la señora Weissen-Szumlanska, nos hablan de los ”Orígenes atlánticos de los antiguos egipcios”.

La autora, en sintonía con miembros de diversas escuelas esotéricas, afirma que toda la gran raza blanca de los Homo Sapiens, nuestros antepasados, y consecuentemente los antiguos egipcios, tienen origen atlántico. En las islas Azores, en pleno Océano Atlántico norte se han encontrado numerosos esqueletos correspondientes a esta raza. La señora Weissen-Szumlanska sostiene que se podría investigar los orígenes del Egipto faraónico remontando todo el curso de la civilización occidental hasta la prehistoria y los hombres fósiles de la Dordoña, primera aparición de los Homo Sapìens que nos es conocida. El declive del Egipto dinástico se explicaría por la invasión de elementos mongólicos y negroides.

Tras realizar un riguroso estudio de los textos de los antiguos griegos, la autora llega a la conclusión de que Solón, Heródoto, Platón, Estrabón, Diodoro... habían recogido el conocimiento de la existencia del continente desaparecido situado “en el otro extremo de Libia, allá donde el Sol se pone” de los egipcios, quienes relataron a los griegos la historia de la Atlántida. Los egipcios situaban claramente a Punt, la tierra de los Grandes antepasados, en la extremidad de Libia. Esta tierra misteriosa era para ellos objeto de particular veneración, mientras que, por otra parte, no demostraban más que desprecio frente a otras naciones. Min y Athor, entre los dioses egipcios, están considerados como oriundos de la Tierra Divina, es decir, de la Atlántida o país de Punt.


3- El hombre de Cromagnon
Hace aproximadamente 30 mil años el hombre Cromagnon inició la conquista del mundo. Pero ¿de Dónde salió?. No hay pruebas que relacionen el hombre de Cromagnon con cualquier homínido precedente. Surgió súbitamente como de la nada equipado con un cerebro mayor que el nuestro y, al parecer ignorando los logros del Neanderthal, al cual exterminó en gran parte. Recientemente se han descubierto en Portugal restos prehistóricos de lo que podrían ser mezcla entre hombres Cromagnon y Neanderthal. No obstante hasta hace bien poco se creía que no existió cruce entre ambas razas, sino que el Neanderthal fue exterminado. ¿Estaríamos hablando del cruce o mezcla entre una raza “superior” o de origen divino (Cro-Magnon) con una raza “inferior” o terrestre (Neanderthal)?. El Cromagnon empezó a crear como si fuera de memoria la base del mundo que nosotros conocemos. La aparición del Cromagnon fue tan repentina que algunas personas han especulado con que vinieron del espacio exterior, ya que la biología evolutiva se apoya en la creencia de que la naturaleza no hace grandes saltos o macromutaciones. Según las teorías evolutivas, el hombre de Cromagnon habría necesitado mucho tiempo geológico para desarrollar un cerebro de su capacidad o tamaño así como las habilidades que poseía en el momento de entrar en escena. Los hombres Cromagnon parecen haber aparecido de improvisto.

El Cromagnon más puro parece estar haciéndonos referencia a las “inteligencias del espacio” y a la “raza perdida” o divina del origen de los tiempos antiguos. En un artículo de 1927, Raoul-Henri Francé, afirma que “hubieron dos razas prehumanas originales –una de ellas altamente desarrollada y otra de homínidos primitivos– que habrían existido simultáneamente. La primera habría alcanzado un momento culminante en la Edad del Bronce, y a ella habría pertenecido el noble y bello hombre de Cromagnon. Con los años, al mezclarse con los homínidos -(¿Neanderthal?)- habría degenerado hasta dar lugar al hombre actual”.
No resulta difícil entrever en todo esto que, en origen, el Cromagnon puede ser definido como el tipo racial puro que será identificado por los nazis como génesis de la raza aria. Según esta tesis, defendida y desarrollada también por el sabio austríaco Hörbiger, “los embriones de los arios habrían permanecido conservados en el hielo cósmico primigenio antes de su caída en la tierra en forma de protoplasma”. Es decir, podríamos resumir que la raza aria habría tenido como exponente sobre la tierra al hombre de Cromagnon puro. Una raza llegada desde otros mundos.

En la Edad de Piedra, la raza nórdica habría expulsado de Europa a un tipo racial primitivo relacionado con los actuales hotentotes y bosquimanos del sur de África. Las figurillas paleolíticas halladas en Centro Europa, denominadas Venus de Willendorf y de Venus de Wisternitz, serían una muestra del arte religioso de estos pueblos primitivos y representarían ese tipo racial. Ciertos autores difusionistas como el prusiano Peter Kolb (1675-1726), defendieron una vinculación entre hotentotes, trogloditas y judíos. También el reconocido lingüista Karl Meinhof recurrió a la etnología para ver “rastros semíticos (en este caso se entiende como “semitas” a judíos) en el sur de África” y, muy en esta línea, el teórico racial Hans F. K. Günter comparó en 1931 la fotografía del político judío Benjamín Disraeli con un jefe bosquimano-hotentote de Namibia, proponiendo una infusión camita común entre ambos pueblos.

4- Los creadores de la civilización egipcia
¿A qué familia podemos vincular la raza de los “portadores” de la civilización egipcia? Todos los datos vienen a demostrar que la raza portadora de la civilización egipcia es la de los hombres del tipo cromagnon.

Esta raza blanca, predominante dentro de la aristocracia, habría desaparecido de las esferas dirigentes de Egipto en los alrededores de la XVIII dinastía, al acabar mezclándose con los inmigrantes mongólicos y negroides.

Sir Wallis Budge, en los años treinta del siglo XX, basándose en la observación de numerosos cuerpos no momificados pero bien conservados por las arenas del desierto afirmaba que “los egipcios predinásticos pertenecían a una raza blanca o de piel clara con cabello claro; eran en muchos aspectos parecidos a los antiguos libios”.

Esta misma raza puede apreciarse también en muchos de los restos hallados en las tumbas no expoliadas y en representaciones de los faraones y miembros de su séquito plasmadas en los templos y monumentos funerarios del Egipto Dinástico. En siglos pasados, estos rasgos llamarían la atención de los egiptólogos, sorprendidos por hallarlos en una región africana.

El padre de la egiptología, Sir Flinders Petrie, fue uno de los primeros en señalarlo en 1901: “La fisiognomía manifiesta una conexión decisiva y pronunciada entre el Egipto prehistórico y la antigua Libia”, y por su parte la antropología apoya los numerosos testimonios arqueológicos que denotan una conexión cercana entre Egipto y Libia. Hoy día resulta raro que los libios antiguos fueran blancos y rubios, pero los escritores latinos de la antigüedad ya lo habían reseñado, al igual que Escílax, navegante y geógrafo griego del siglo -VI. Por su parte, el escritor griego Plutarco se había referido al pueblo de Seth, regente de Egipto durante la Primera Dinastía (3100 a.C.), como formado por hombres pelirrojos, al igual que los libios. A principios del siglo XX, el historiador egipcio Maspero indicó que “este rey del Alto Egipto estaba asociado con el desierto de Libia y los libios. De hecho, se le identificaba con el dios libio Ash”. El idioma egipcio es muy parecido al libio.

Años antes el antropólogo A. Pietrement se había referido en un ensayo publicado en 1883 a las enseñanzas que las antiguas pinturas egipcias aportaban a los naturalistas, etnógrafos e historiadores. En dichas pinturas los libios eran hombres y mujeres blancos con pelo rubio, ojos azules y rasgos faciales nórdicos. El antropólogo Carleton Coon, de la Universidad de Harvard, avanzó en 1939 interesantes hipótesis basándose en los testimonios arqueológicos. En su obra “Las razas de Europa”, hacía referencia a un testimonio: “La reina Hetep-Heres II de la IV Dinastía, hija de Keops, aparece en los bajorrelieves de su tumba con el pelo de color rubio, mechas horizontales pelirrojas y la piel blanca”. La citada hija de Keops no era la única pelirrojiza de la familia. También su esposa y su cuñada lo eran, al igual que muchos otros miembros de la clase regente. La esposa de otro faraón, Kefren, era pelirroja con ojos azules, según se observa en las representaciones, al igual que en la tumba de la esposa de Faraón Zoser, (2800 a.C.) de la III Dinastía, que también era rubia pelirroja.

Por las observaciones de Coon sobre los libios es más que probable que todos ellos tuvieran antecedentes en este antiguo pueblo: “Hace 3.000 años, durante el Paleolítico Superior un grupo de Cromagnon –los llamados hombres de Afalou– vivieron en el norte de África y los libios descienden de ellos. Muchos de ellos fueron pelirrojos dado que este rasgo todavía persiste en la zona… En la actualidad, los rasgos de este tipo humano se encuentran sobre todo en Noruega, Irlanda y el Rif marroquí. Los modernos bereberes descienden de los antiguos libios”. No se trataba de una mera hipótesis. Coon se hallaba en lo cierto. Las investigaciones de Cavalli Sforza y otros genetistas de la Universidad Princetown confirmaron mediante pruebas de ADN efectuadas en los años noventa que los bereberes están más próximos a los británicos que a cualquier otro grupo racial africano o europeo. También existen otros datos confirmatorios relativos al tamaño y forma de los cráneos de Cromagnon encontrados en Afalou bou Rummel (Argelia), que son iguales a los encontrados en Dinamarca y Suecia. Coon también habló de una “raza de constructores de megalitos” que se situaba entre la nórdica y la de Cromagnon, que tras haber construido templos astronómicos como el de Stonehenge o pirámides subterráneas como Silbury Hill en Inglaterra, al igual que en numerosos alineamientos en la Bretaña francesa como los de Carnac (nótese la semejanza lingüística con Karnac egipcio) y muchas otras construcciones principalmente por el Occidente de Europa, llevó consigo su saber al Mediterráneo, norte de África, Libia y Egipto.

A mediados del siglo XX, el antropólogo Raymond A. Dart realizó una serie de trabajos sobre cráneos egipcios fósiles que, al parecer, poseían rasgos exclusívamente nórdicos. Asimismo rastreó cuatro grandes invasiones nórdicas en Egipto (la anterior fue previa a las conocidas dinastías) y afirmó que “el tipo faraónico egipcio era de procedencia nórdica como lo prueba la cabeza del faraón Ramsés II, cuyo cráneo era elipsoide pelágico, es decir, nórdico”. Faltaba un análisis del pelo de este faraón, pero en 1993, los antropólogos G. Elliot, B. Smith y W.R. Dawson lo analizaron con microscopio y confirmaron que era nórdico, igual que su cráneo. También efectuaron medidas antropológicas en 25 grupos de esqueletos distintos de todo el mundo y concluyeron que los faraones constructores de pirámides descendían de esta “mítica raza megalítica” de la que habla Coon: “En conjunto, muestran lazos con el neolítico europeo, el norte de África, la Europa moderna y más remotamente, la India… El grupo de esqueletos que más se aproxima a los antiguos egipcios es el del neolítico francés”. Precisamente, los constructores de los mencionados megalitos prehistóricos.
No sólo eran rubios o pelirrojos muchos faraones. Son numerosos los restos arqueológicos y paleoantropológicos que reflejan la existencia de egipcios rubios, pelirrojos, de ojos claros y de raza blanca en el antiguo Egipto. Seguidamente destacamos algunos de ellos reseñados en diferentes fuentes antropológicas (B. Smith y W. R. Dawson) o aqueológicas (Sir Wallis Budge y Sir Flinders Petrie):

-Una momia pelirroja, bigote y barba rojas cerca de las pirámides de Saqqara.

-Momias pelirrojas en las cavernas de Aboufaida

-Una momia rubia en Kawamil, junto con otras muchas de cabello castaño.

-Momias de pelo castaño encontradas en Silsileh.

-La momia de la reina Tiy tenía pelo ondulado y castaño.

-Cabezas pelirrojas en una escena rural en la tumba del noble Meketre (alrededor del año 2000 a.C.).

-En la tumba de Menna, al oeste de Tebas (XVIII Dinastía), se ven en una escena pintada en una pared a jóvenes rubias y a un hombre rubio supervisando a unos trabajadores de piel oscura cosechando grano.

-Estela funeraria del sacerdote pelirrojo Remi.

-Talismanes con un ojo azul llamado el ojo de Horus.

-Egipcios pelirrojos con ojos azules en pinturas de la III Dinastía.

-Una pintura en la tumba de Meresankh III en Gizeh (alrededor del 2.485 a.C.) muestra personajes pelirrojos de piel blanca.

-Una pintura de la tumba de Iteti en Saqqara muestra un hombre rubio de aspecto nórdico.

-Pinturas de gente pelirroja con ojos azules en la tumba de Bagt, en Beni Hassan.

Existen además muchos otros restos arqueológicos que representan a individuos de raza blanca en el antiguo Egipto. Así, el museo egipcio de El Cairo alberga miles de tesoros y entre ellos, las estatuas de Rahotep y Nofret tienen rasgos blancos y los ojos de color azul. En la misma sala en la que se conservan estas dos esculturas podemos ver otras representaciones del mismo período que lucen ojos azules, verdes o grises. Es el caso del famoso escriba Morgan, o de la estatua de madera de Seikh el Beled. El Museo del Louvre en París conserva entre sus tesoros la estatua del famoso escriba sentado (2500 a.C.), descubierta también por el francés Mariette en el Serapeum de Sakkara en la década de los 50 del siglo XIX. Todos ellos tienen las mismas características. Como ya hemos dicho, la presencia de estos rasgos de raza blanca, se dan mayormente en las primeras dinastías.

En su libro “La Serpiente Celeste”, John Anthony West, apunta que los llamados “venerables del norte” que aparecen en algunos textos religiosos egipcios, no fueron seres de leyenda sino que existieron en realidad. Estos hombres de raza blanca, debieron de ser una suerte de conquistadores que provenientes de Europa, como hemos visto anteriormente, fueron a parar a Egipto antes de las primeras dinastías.

5- Los guanches

En la misma época en que el Cromagnon civilizaba Egipto, en las islas Canarias hallamos la presencia de una raza idéntica, es decir, hallamos a la misma raza en ambos lugares. Esto nos da a entender que los archipiélagos de las Azores (donde se han hallado restos óseos de la raza Cromagnon) y las Canarias son restos de la Atlántida hundida y que este sería el hogar primigenio, o al menos anterior, de la raza civilizadora de Egipto. A continuación, los nilopas originarios, a lo largo del tiempo acabarían mezclándose y cruzándose con inmigrantes mongólicos y negroides, hasta ser absorbidos en el tipo africano-árabe.

Los guanches, raza en la actualidad prácticamente exterminada, constituyen el substrato originario de la población de las islas Canarias. Esta raza desciende directamente de los atlantes. Su elevada talla, observada en todas las momias (dos metros de promedio), su considerable capacidad craneana (1900 cm3), la más grande que se ha conocido, el índice cefálico (77,77 en los hombres), indican una ascendencia muy pura. Al ser examinadas estas momias, algunas de ellas tenían los cabellos dispuestos en mechones dorados, largos y rizados.

En el Neolítico, el tipo originario fue alterado por la aportación de sangre mestiza, que no fue, sin embargo lo suficientemente importante como para hacer desaparecer los caracteres esenciales de esta raza vigorosa. De esta forma, a la llegada de los españoles, las islas Canarias, especialmente Tenerife, no conformaban un sólo grupo racial, sino que habían diferentes grupos: cromañones, protomediterráneos, armenoides, negroides, etc.

Curioso es señalar que localizándose en unas islas pequeñas (islas de entre 300 y 1700 km2), los guanches no eran navegantes y habitaban en las montañas. La cultura más antigua de los guanches era agrícola y ganadera, con base en la cebada y en las ovejas, cabras y cerdos. Vivían en poblados de cabañas o cuevas artificiales. Sus creencias eran paganas, con culto a algunas divinidades celestes y naturales y enterraban a sus muertos, después de embalsamarlos con prácticas similares a las egipcias, en cuevas, dispuestos de pie junto a las paredes. También es significativo destacar entre los guanches la práctica de la trepanación craneal.

En la isla de Tenerife hallamos las conocidas pirámides de Güimar, las cuales, si bien su factura es mediante amontonamiento de piedras de pequeño tamaño, son formaciones orientadas según datos astronómicos, al estilo de los monumentos egipcios y del mundo antiguo.

Entre los misterios y enigmas de las Islas Canarias, aún hoy día hay numerosos testimonios de personas que han visto la “isla fantasma” de San Borondón. En los antiguos mapas de navegación, esta isla aparecía como la octava isla de las Canarias, una isla “inexistente” que nos atraería una vez más hacia el enigma del continente perdido. ¿Será acaso una proyección fantasmal del continente que un día existió “frente a las Columnas de Hércules”?

La catástrofe que provocó el hundimiento de la Atlántida tuvo lugar hacia el fin del Paleolítico Superior, aproximadamente 9500 años antes de Cristo. Este cataclismo arrastró bajo las aguas a la mayor parte de la población, sus maravillas y su ciudad solar, testimoniada por la tradición egipcia y recordada por Platón, según detallan sus relatos.

6- La Atlántida en la Península Ibérica

La investigadora Weissen-Szumlanska, citada anteriormente, junto con otros estudiosos, han estudiado en la dirección de la existencia de una Atlántida ibérica. Durante cincuenta años de su vida, el profesor Schulten quien, junto con el profesor Richard Henning afirmaba que “el relato de Platón sobre la Atlántida está basado en hechos positivos”, efectuó investigaciones históricas y arqueológicas en la Península Ibérica, ya que era en este lugar donde estudiaba la existencia de la extremidad de la gran isla engullida. Schulten creía que la Península Ibérica era un resto del continente sumergido e identificaba al reino de Tartesos con la Atlántida. Los orígenes de Tartesos son oscuros y se remontarían a la cultura megalítica. El reino de Tartesos es mencionado de un modo vago en las fuentes clásicas y durante mucho tiempo llegó a dudarse de la historicidad de este reino, pero hoy parece no haber dudas de su existencia. Su extensión geográfica abarcaba el sur de España y Portugal, desde Alicante, en el E., hasta hasta desembocadura del Tajo (la actual Lisboa), en el Oeste. Schulten no encontró la Atlántida, pero sí una ciudad ibérica desaparecida: Numancia, descrita en su tiempo por Cornelio Escipión (133 a. de C.). Las excavaciones se prosiguieron desde 1905 hasta 1908. De la misma manera, el gran sabio alemán situaba la principal ciudad de la Atlántida, que él identificaba como Tartesos, en la actual Andalucía, en la zona de la desembocadura del rio Guadalquivir. En la antigüedad, esta ciudad tenía la reputación de ser fabulosamente rica. La campiña que la rodea fue descrita por Posidonio, que hace de ella una pintura muy detallada: ricos cultivos, una población increíblemente numerosa y activa serían la característica de este país, rico también en metales de todas clases, oro, plata, cobre y estaño. Si se concede crédito a Rufus Fistus Avenius, quien reeditó hacia el año 400 a. de C. un tratado de Geografía Antigua, Tartesos había poseído, hacia el año 500 antes de C., cuando sería destruído por los cartagineses, la civilización más evolucionada del antiguo Occidente. ¿Se trataría de un resto que habría escapado a la destrucción de la Atlántida? ¿Una colonia atlante tal vez?. Si los datos son ciertos, las excavaciones realizadas cerca de Sevilla, en el lecho de la desembocadura del Guadaquivir, habrán de resucitar la ciudad desaparecida que el alemán Schulten considera la ciudad legendaria de los reyes atlantes…

En España tenemos a personalidades como mosén Jacinto Verdaguer, quien narró la catástrofe divina, ejecutada por Zeus, que se desató ante la degeneración de los atlantes hispanos. Amante de los mitos griegos y los saberes paganos, Verdaguer estaba al tanto de las teorías que hacia la fecha de publicación de su poema (1877) surgieron sobre la existencia del continente perdido. Según su texto, la existencia de la Atlántida originó –tras su hundimiento– las islas griegas y las Canarias. Aunque difícilmente se pueda dar a su poema “La Atlántida” una interpretación exclusivamente esotérica o científica, Verdaguer, cuya vida de iluminado posee tintes ocultos, conocía lo que las excavaciones en las costas mediterráneas estaban descubriendo respecto a Tartesos, cultura que ha sido relacionada o, en su caso, identificada, tal y como decíamos más arriba, con la Atlántida. A quien no le pasó por alto esta relación fue a Mario Roso de Luna, quien dedicó al problema su Tomo VI de la “Biblioteca de las Maravillas” (1924). Según este teósofo y astrónomo, “La Atlántida” de Verdaguer fue inspirada por la mística teosófica de H. P. Blavatsky. Con el añadido lógico de un matiz nacionalista que hace de España –y especialmente de Canarias y del Sur– uno de los principales legados atlantes y foco de la grandeza del continente desaparecido. También el poeta y teósofo Fernando Villalón explica en su poema místico “La Toriada”, lo siguiente: “¡Toros de Atlante fatuos y cerriles!”. Y es que para el poeta del 27, Tartesos fue, como también para Roso, “el último foco de la civilización atlante”.

Según algunos investigadores y arqueólogos como Georgeos Díaz, en España podemos encontrar lo que serían restos muy significativos de ese pasado atlante. Estos arqueólogos afirman que diversas edificaciones antiguas de España no tendrían el origen que la historia oficial pretende, y señalan como edificaciones especialmente destacadas: el Acueducto de Segovia, el Arco de Medinaceli (Soria), los Toros de Guisando (Ávila), las murallas de Carmona y restos de edificaciones en diversas partes, como en las costas de Cádiz. Tanto en el Acueducto de Segovia como en el Arco de Medinaceli, las junturas de las piedras de estos monumentos, han llegado a ensamblarse de tal forma con el paso del tiempo que permiten datar su antigüedad en varios miles de años antes de la llegada de los romanos a España, pese a que la ciencia oficial insista en atribuir a estos su autoría. En estos edificios, los diferentes bloques de roca que los componen han llegado a ensamblarse totalmente, perdiéndose la línea original o juntura, debido al efecto natural de la meteorización y la diagénesis, esto es, el conjunto de cambios físicos y químicos y biológicos mediante los cuales los sedimentos se transforman en rocas sedimentarias con el paso del tiempo. Para que una roca eruptiva como el granito se compacte y cristalice de forma natural habrían de transcurrir mucho más tiempo que los 2000 años que, oficialmente, se les atribuyen. Según estos expertos, el tiempo necesario para provocar este fenómeno sería aproximadamente de 11.000 años, curiosamente cuando la Atlántida desapareció. Según las tradiciones históricas medievales, Híspalis, uno de los hijos de Hércules, fue el constructor del acueducto de Segovia. Por otra parte, el único argumento a favor de su autoría romana es el parecido estilístico con otros acueductos, lo que no sirve para invalidar la posibilidad de que los romanos, en realidad, copiaran los modelos de acueductos, que fueron levantados apenas 200 años después de la llegada del Imperio a la Península. De hecho, los arqueólogos apenas han encontrado unos pocos objetos de origen romano para poder demostrar que los romanos pasaron por allí. Esto es, Segovia no era tan importante como para que fuera levantado un acueducto de obra tan perfecta y de tales dimensiones. Si realmente los romanos hubieran levantado en un lugar apenas poblado tal acueducto, eso habría roto con toda la lógica que marca la historia conocida de ellos. El mismo acueducto de Tarragona, capital de la Hispania romana, es diez veces inferior al de Segovia y además, su obra y piedra, no son de factura tan perfecta. Esto es, pareciera que el acueducto de Segovia tuviera un origen ante-histórico y no romano. Y es que, además, Platón nos habla en el Critias de “los acueductos sobre los puentes canalizados”, refiriéndose a las construcciones de los atlantes milenios antes de que los romanos, supuestos inventores de aquel revolucionario medio de canalización, erigieran los suyos. Tanto en el Acueducto de Segovia, como en las murallas de Carmona y en el Arco de Medinaceli, se han hallado inscripciones compuestas por letras tartésicas o atlantes.

La ciencia oficial ha establecido su dogma histórico, según el cual la historia y la civilización se inicia en un punto de la historia que ellos han señalado arbitrariamente y según su interés, y no podría admitir jamás que hubiera existido una civilización anterior y ya olvidada en el tiempo, capaz de erigir edificaciones tan prodigiosas y monumentales como el Acueducto de Segovia u otros tantos. Sencillamente, le han atribuído una autoría que se acomoda a su teoría de la historia.


No cupo todo el articulo, pueden ver el resto en la direcion de abajo
7- Los dioses blancos de América
8- La pérdida de la integridad racial de los atlantes y el hundimiento de la Atlántida
9- Recuerdos de la Atlántida polar
http://ondargain3.tripod.com/id12.html


La mayoría de las conjeturas que postulaban la existencia de la Atlántida como el "continente perdido", como la de Donnelly, fueron invalidadas por la comprobación del fenómeno de la deriva continental durante los años 1950. Por ello, algunas de las hipótesis modernas proponen que algunos de los elementos de la historia de Platón se derivan de mitos anteriores, o se refieren a lugares ya conocidos.

El éxito de Donnelly motivó a los autores más diversos a plantear sus propias teorías. En 1888, la ocultista Madame Blavatsky publica La Doctrina Secreta, texto basado, supuestamente, en un documento escrito en la Atlántida, El Libro de Dzian. Según Blavatsky, los atlantes habrían sido una raza de humanos anterior a la nuestra, cuya civilización habría alcanzado un notable desarrollo científico y espiritual. En 1938, el jerarca nazi Heinrich Himmler organiza, en el contexto del misticismo nacionalsocialista, una serie de expediciones a distintos lugares del mundo en busca de los antepasados atlantes de la raza aria. En 1940, el medium norteamericano Edgar Cayce predice que en 1968 la Atlántida volverá a la superficie frente a las costas de Florida. Sorprendentemente, en 1969, en las aguas de la isla de Bimini, frente a la península de Florida, será descubierta una formación rocosa a la que se dio el nombre de Carretera de Bimini, y respecto de la cual aún se discute si se trata o no de una construcción humana.

Al margen de lo esotérico, el impulso generado por la obra de Donnelly motivará también a numerosos historiadores y arqueólogos, tanto profesionales como aficionados, quienes durante el siglo XX desarrollarán teorías que ubicarán la Atlántida en los más distantes lugares, asociando a los atlantes con diferentes culturas de la Antigüedad. Es así como en 1913, el británico K. T. Frost sugiere, con poco éxito, que el imperio cretense, conocido de los egipcios, poderoso y posiblemente opresor de la Grecia primitiva, habría sido el antecedente fáctico de la leyenda atlántida.[29] La tesis de Frost, en un principio menospreciada, acabó convertirtiéndose en una teoría bastante aceptada y difundida. En 1938, el arqueólogo griego Spyridon Marinatos plantea que el fin la civilización cretense, a causa de la erupción del volcán de Santorini, podría ser el fondo histórico de la leyenda. La idea de Marinatos será trabajada por el sismólogo Angelos Galanopoulos, quien en 1960 publicará un artículo en donde sugerentemente relacionará la tesis cretense con los textos de Platón.[30] Si bien el propio Marinatos sostuvo siempre que se trataba de una simple especulación, la tesis de la Atlántida cretense ha tenido amplia aceptación y captado muchos seguidores, entre los que se contaba el ya fallecido oceanógrafo francés Jacques Cousteau.

Por su parte, en 1922, el arqueólogo alemán Adolf Schulten retoma y populariza la idea de que Tartessos fue la Atlántida.[32] Tesis que cuenta con varios seguidores hasta el día de hoy. Otras hipótesis sobre la Atlántida la sitúan en la isla de Malta, el mar de Azov, Sudamérica, el Próximo Oriente, el norte de África, Irlanda, Indonesia y en la Antártida.

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